Comentario
Capítulo IV
De cómo volvió Montenegro en la nave con algunos españoles a las islas de las Perlas a buscar mantenimiento, sin llevar de comer, sino fue un cuero de vaca seco y algunos palmitos amargos; y del trabajo y hambre que pasó Pizarro y los que con él quedaron
Determinado por el capitán y sus compañeros que el navío volviese a las Perlas por algún bastimento, pues tanta necesidad de ello tenían, no sabían con qué podrían los que habían de ir, sustentarse en el camino, porque no había maíz ni cosa otra que pudiesen comer, y buscarlo por la tierra no tenía remedio; porque los indios estaban poblados en las montañas entre ríos furiosos y ciénagas; y después de lo haber tanteado y mirado, no hallaron otro remedio para todos no perecer, sino que el navío fuese y llevase para comer, los que en él habían de ir, un cuero de vaca que había en la misma nao bien seco y duro y señalaron entre todos a Montenegro para que fuese a hacer lo susodicho; y sin el cuero cortaron junto a la costa algunos palmitos amargos.
Algunos de ellos comí yo en la montaña de Caramanta, cuando íbamos descubriendo con el licenciado Juan de Vadillo. Montenegro prometió que, dándole Dios buen viaje, procuraría con brevedad volver a remediar la necesidad que les quedaba. Y el cuero hacían pedazos, teniendo en agua todo un día y una noche, lo cocían y comían con los palmitos; y encomendándose a Dios enderezaron su viaje a las islas de las Perlas. Como la nao se fue, el capitán y sus compañeros buscaban por entre aquellos manglares, deseando dar en algún poblado; mas los fatigados hombres no hallaban sino árboles de mil naturas y muchas espinas y abrojos, y mosquitos y otras cosas que todas daban pena y con ninguna tenían contento, como la hambre les fatigase cortaban de aquellos palmitos amargos, y entre la montaña hallaban, unos bejucos en donde sacaban una fruta como bellota que tenían el olor como el ajo, y con la hambre comían de ellas; y por la costa algunos días tomaban pescado; y con trabajo sustentaban sus vidas, deseando más que el vivir volver a ver el navío en que fue Montenegro, con refresco. Mas como la necesidad fuese tanta y los trabajos grandes y la tierra tan enferma y sombría y que lo más del tiempo llueve, paráronse tan malos, que murieron más de veinte españoles sin los cuales se hincharon otros, y todos estaban tan flacos que era muy gran lástima verlos. Pizarro tuvo ánimo digno de tal varón, como él fue, en no desmayar con lo que veía, antes él mismo buscaba algunos peces, trabajando por los esforzar, poniéndoles esfuerzo para que no desmayasen, diciéndoles que presto verían venir el navío en que fue Montenegro. Y habían hecho algunas chozas que acá llamamos ranchos, en que estaban para se guarecer del agua; y estando de esta manera, dicen que se pareció una vista de allí, que sería término de ocho leguas, una playa, y que un cristiano llamado Lobato dijo al capitán que le parecía debían ir algunos de ellos allá, y por ventura hallarían alguna cosa que comer, pues de su estada allí no se esperaba otra cosa que la muerte; y teniendo por bueno el dicho de este Lobato, el capitán, con los que más aliviados estaban, se partieron para ella con sus espadas y rodelas, quedándose los demás españoles en el real que allí tenían hecho; y como se partieron para la playa, anduvieron hasta llegar a ella, donde fue Dios servido que hallaron gran cantidad de cocos y vieron ciertos indios, y por tomar algunos, se dieron prisa a andar los españoles; mas como los indios los sintieron pusiéronse en huida. Y afirmóme Nicolás de Ribera que vieron que uno de aquellos indios se echó al agua y que nadó cosa espantosa, porque fue más de seis leguas sin parar; lo vieron ir nadando hasta que la noche vino y lo perdieron de vista. Los indios que más huyeron se metieron por unas ciénagas; los españoles tomaron dos de ellos; los demás fueron a salir a un crecido río donde tenían sus canoas, y como los que escapan de ballesta así ellos se fueron alegres por no haber sido presos por los españoles, de quienes se espantaban poder sufrir tanto trabajo, y diz que decían que por qué no rozaban y sembraban y comían de ello sin querer buscar lo que ellos tenían para tomárselo por fuerza. Estas cosas, que estos indios dicen y otras, sábese de ellos mismos cuando eran tomados por los españoles, porque quiero en todo dar razón al lector. Estos indios traían arcos y flechas con yerba tan mala, que hiriendo a un indio de los mismos con una flecha, murió dentro de tres o cuatro horas. En este alcance, hallaron los españoles cantidad de una fanega de maíz, lo cual fue repartido entre ellos.